Yo sí porque lo he visto incluso en las situaciones más inverosímiles que os podáis imaginar.
Recuerdo una vez que me tocó servicio con un grupo de bomberos novatos aunque no poco decididos.
De todos ellos me llamaba la atención una chica. Daba la impresión de ser ese tipo de personas en quien depositar tu confianza a pesar de conocerla desde hace cuatro ratos, no sé si me explico.
El caso es que pasada la media noche, recibimos una llamada de un accidente de tráfico múltiple con víctimas atrapadas.
Llegamos hasta el lugar y procedimos como siempre; reconocimiento del terreno, estabilización del vehículo y abordaje del habitáculo para estabilizar a la víctima mientras abrimos huecos para la extracción.
La bombera de la que os hablo se ofreció voluntaria para el abordaje, como no podía ser de otro modo.
Su misión, dar soporte vital tanto físico como psicológico y mantener a la víctima con vida hasta que en un entorno adecuado, los servicios sanitarios se hagan cargo del asunto.
No sé qué tipo de lealtad instantánea surgió entre víctima y bombera pero os prometo que desde fuera del vehículo, percibí una conexión inmediata y una complicidad que iba más allá del simple acto de ayudar.
Como os cuento, allí surgió un vínculo profundo aunque con visos de acabar pronto, puesto que él estaba en estado crítico.
Llamamos a un helicóptero pero ni con esas hubo forma de separarlos. Ella se subió con él y durante todo el trayecto le sostuvo la mano hasta que su cuerpo empezó a colapsar. Me contaron que sufrió una primera convulsión y al poco dejó de respirar.
Hay grandes historias de amor que solo duran minutos y otras mediocres que duran medio siglo.
Esta no parece ser ninguna puesto que el tipo se recuperó y a día de hoy siguen juntos.
A veces le pregunto a la bombera por aquello y solo me dice que cuando sus ojos se encontraron, ya no pudieron apartarlos jamás.